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Crónicas

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El punto de encuentro, Peñíscola, es una ciudad que vale la pena visitar, en especial el famoso castillo encaramado sobre un peñón que se adentra en el Mar Mediterráneo. Castillo que fue nada menos que sede papal con Benedicto XIII (el Papa Luna) con motivo del cisma de Aviñón.

El hotel Suites de la cadena hotelera ZT (he dicho ZT, no ZP, que os conozco), es un edificio con aspecto grandioso, descomunal, como un palacio casi oriental de las mil y pico noches, y otras tantas madrugadas. La ausencia de indicaciones para aproximarse al hotel- y mi natural tendencia a perderme en el cuarto de baño- me forzaron a dar una vuelta completa a la zona de playas.

La entrada al garaje estaba libre y despejada, nos lanzamos hacia las profundidades de sus sótanos temiendo lo peor, un lleno absoluto. Pero no, había plazas, muchas plazas libres. Me llamó la atención observar que las plazas para minusválidos, situadas cerca de la entrada, estaban todas cogidas, reservadas mediante cepos, de donde se deduce que, ningún minusválido de paso, tendrá acceso a esas plazas. Curioso.

La recepción no nos decepcionó respecto al exterior. Grandiosa, de proporciones gigantescas. Salones enormes, recónditas esquinas con sofás y butacones y el frontal ocupado por docenas, sí docenas de ordenadores para recibir, y atender a los clientes, de inmediato. Vale, eso imaginamos, pero el empleado que nos tocó, con sólo un cliente delante nuestro, nos hizo esperar cuarenta y cinco minutos de reloj suizo antes de preguntarnos, sin mucho interés, qué queríamos.

Decirles que veníamos con Fenek fue casi milagroso, se puso nervioso el ineficaz becario, sonrió pálidamente y, tras tropezar consigo mismo varias veces tras el mostrador- corrió hacia el otro extremo a consultar algo con otro colega. Nos dejó con el DNI en la mano y cara de bobos de Coria (tengo un testigo de la escena en tres actos y un epílogo: Jaume). Los minutos seguían corriendo y mis deseos de estrenar la suite (así llaman al hotel de las tres mil habitaciones con vistas al mar) aumentaban por momentos.

A punto de gritar de pura histeria vimos regresar al que no era galgo ni podenco, sino un ineficaz y poco útil, empleado de contrato temporal por merecimientos propios. Hecho un flan de polvo con sabor a huevo, comenzó a pedirme datos, olvidando que ya se los había dado.

De repente me devolvió el DNI y tecleó desesperadamente en el ordenador evitando mirarme. Llegué a imaginar que estaba jugando una difícil partida on line de Tétric, o de estrategia, ante la tardanza en volver a la realidad, mi reserva de habitación.

Mi copilota, preocupada y temiendo lo peor, que no lográsemos obtener habitación ese mismo día frente al inoperante individuo del flequillo levantado, como medio alfanje bereber, por el exceso de gomina-, corrió a tomar turno en otra cola de las muchas que se habían formado. Por un momento tuve la sensación de encontrarme en un aeropuerto, frente a las ventanillas de Iberia, aquella empresa ejemplar que medio siglo atrás proclamaba que "en Iberia tan sólo los aviones recibían mejor trato que sus clientes". Pero que desde hace veinticinco, lustro arriba o abajo, nadie les trata peor.

No es la recepción de un hotel de lujo, más bien parece la estación de ferrocarril de un país tercermundista. Cuarenta y cinco minutos para obtener una llave y un número de habitación, teniendo en cuenta que Feneck ya les proporciona toda la información que necesitan.

Tras dejar la maleta en la habitación nos reunimos en una zona del hall, próxima a la cafetería, con los habituales compañeros de ruta. Allí esta Armadá y su inseparable Maruja, junto a Ángels y Jordi con las copas vacías. Cuando pregunto por el origen de sus gin-tónic me advierten que tendré que ir al mostrador a encargarlos (servicio cinco estrellas).

El camarero, uniformado como sólo puede uni- Salida Peñíscola-Teruel. 21-23 de Mayo 2010. Así me pareció ver la cola en Recepción. El Papa Luna, Bendicto XII 3 Crónica Peñíscola-Teruel.: 21-23 Mayo 2010 formarse a un camarero de cinco tenedores, se toma su tiempo para atenderme. Cuando le pido un gin-tónic me informa que, ni la tónica puede ser schwepps, ni envasada, es de grifo y no tienen nombre, ni hay limón, ni… -Vale, una cerveza- me pregunta si la prefiero rubia, o tostada, que si de marca, que si de grifo, que si… -Quiero una VollDamm. -Pues no tenemos, de esa no- intenta disimular el cachondeo que se está corriendo a mi costa. -Ponme una cerveza, la que sea, me da igual. -¿Tostada? -Pues no, tostada no la quiero, ¿vale? Y también un Martini. -El Martini ¿rojo, blanco…? -Que sea blanco.  -Ya, pero ¿dulce, semi, o seco? -Seco, lo quiero seco. -Imposible es semi o dulce…

Acepto lo que quiere darme y, cuando le pregunto por el importe, me dice que pague mañana en recepción. Sólo pensar en las colas de mañana para pagar se me abren las carnes. Insisto, siempre pago en efectivo, no quiero que me lo carguen en cuenta. -Lo siento- la sonrisa retorcida me indica que no, que no lo siente- pero no puedo cobrar, debe pagar mañana en recepción, como todos. Dígame su habitación, el número.

No pude pagar. Me llevé, en dos viajes, las bebidas y las aceitunas a la mesa jurando en hebreo, tanta imposición me revienta, me subleva. ¿Cómo se puede tratar a sí a los clientes? Pregúntaselo a la cadena ZT Hotel Suites, ellos lo hacen y no pasa nada, están a rebosar de guiris y yayos del INSERSO.

Recogemos los rutómetros y la camisa (por fin consigo una camisa Territori de mi talla directamente, sin recurrir al intercambio y mercadeo) antes de pasar al comedor. Se une al grupo Jaume, que ha compartido cola para obtener habitación. Cenamos no cuando queremos, sino en el turno que nos han impuesto- ni en la puñetera mili.

-"¿Con qué grupo vienen?" Se lo decimos, mansos como corderos para no cabrear al personal, nos mandan al fondo, allí en aquel rincón. Acudimos al buffet.

Tenemos hambre y estamos cansados, queremos una cena sencilla, ligera y, a la cama. Probé varias cosas, los tomates que no sabían ni a plástico, las patas fritas duras, incomestibles e insípidas, probé una merluza seca, dura e incomestible, probé… finalmente cené algo de ensalada y poco más, renuncié al pan porque no me agrada el chicle, cuando fui por postres las bandejas estaban vacías.

La temperatura era de auténtico agobio. Pedí a diferentes empleadas que activasen el aire acondicionado pero me respondieron que eso querrí4 an ellas, trabajar con aire acondicionado pero que mantenimiento tiene instrucciones de no activarlo todavía. Terminé la mal llamada cena con la camisa húmeda de sudor y me fui a recepción, me quejé de la situación y se encogieron de hombros.

Pedí una hoja de reclamación y me quejé por escrito del asunto del aire acondicionado. Dentro de un año contaré que me responden, aunque yo ya lo sé.

El breefing tiene lugar en una sala del fastuoso hotel en la que hay dos sofás, somos cincuenta o más personas, que esperamos en pié a que se inicie, transcurra y finalice la reunión, acordándonos de la señora madre del aspirante a subjefe de sección del hotel, que ha decidido cedernos una sala sin sillas.

Albert, con la seriedad que le caracteriza para contar mentiras, nos detalla los males que hemos de encontrar mañana, la exactitud milimétrica de los tracks (si marca 45 metros, ahí está el desvío, o no lo encontraremos), los problemas que tendremos para orientarnos en los inmensos campos de ¿vides, de varios metros de altura? por los que pasaremos, los lugares en los que, si vemos que hay más de un palmo de agua, mejor damos la vuelta y tomamos una ruta alternativa, mejor no pasar.

Las trialeras escalofriantes que nos obligarán a buscar alternativas si no nos atrevemos a pasarlas, y si las afrontamos, allá cada quien si quiere hacerlo pero siempre con reductora, en primera, y con los cinco sentidos. Acojonados estábamos al saber lo que nos esperaba a lo largo de más de doscientos cincuenta kilómetros de una ruta pensada para los muy cañeros, para los avezados centauros del 4x4.

Se distribuyen unas páginas con las alternativas para el caso de encontrar mucha agua, o no poder pasar las trialeras. Se nos encoge el ombligo. Se forman los grupos y Armadá, antes de que Clara se oponga, pide que nuestro grupo salga en primer lugar, para evitar al resto de compañeros el tremendo madrugón y, de paso, dejarles bien marcadas las roderas y facilitarles algo la cosa.

El segundo grupo, liderado por Carbonell, saldrá diez minutos después- pisándonos los talones- e irá marcando con cintas el camino que ya habremos marcado nosotros con los neumáticos.

Sábado 22/05/10 A la seis de la madrugada, noche cerrada todavía, nuestro grupo se afana preparando los vehículos (¡incluida Clara!!), sujetando bien la carga para evitar sorpresas en las temibles trialeras, el inevitable vadeo de profundos y caudalosos cauces y, cómo no, poniendo a punto todo el equipamiento electrónico de navegación, las emisoras de 27 y las otras, preseleccionando las bandas y canales estipulados. Se revisan las raciones de emergencia, los trajes de agua, el repuesto de botas y, especialmente, la previsión de agua y bebidas espirituosas para emergencias, como el famoso elixir medicinal denominado "zumo de cereza jerteña destilado", o lo que es lo mismo, aguardiente de cereza, muy útil también para aflojar tornillería herrumbrosa. No faltaba el cava, por si había que celebrar algo, y siempre lo hay, aquel choricín picante de León aportado por Ángels, las tortillas de varios gustos y todas aquellas vituallas necesarias para enfrentarse a una aventura en plena naturaleza.

Por supuesto, también hacemos sitio para cuerdas, cinta aislante de electricista, parches por si pinchamos, tiritas… en fin no somos, ni pretendemos pasar por expertos, echamos mano de lo que consideramos que nos pueda ser útil frente a un problema grave, aislados en el monte y sin ayuda posible de terceros. Sobre las siete afrontamos la primera y más grave decisión del día: ¿Asumíamos el riesgo cierto de desayunar, lo que nos den, en el hotel ZT Suites? Y lo hicimos, y sobrevivimos, aun- Brifing de Albert, de espaldas, dirigido a los quatreros Hay reactores que vuelan con menos equipamiento 5 Crónica Peñíscola-Teruel.: 21-23 Mayo 2010 que salimos echando humo por el cabreo, y con más hambre que cuando entramos. El buffet era tan escaso y malo como el de la cena.

Nuestros corceles resoplaban ya por sus tubos de escape, impacientes por salir disparados hacia el primer track. Un miembro del grupo- no diré su nombre para evitar cachondeos dolorosos- había olvidado cargar combustible la tarde anterior, craso error. Hubimos de buscar la gasolinera más cercana, y esperar que no fuese cierto que en Peñíscola las abren a las diez de la mañana, la necesitábamos abierta a las 7:30. Tenemos suerte, está abierta. Iniciamos la ruta perdida ya la ventaja inicial y percibiendo el calor de los motores del grupo de Carbonell en nuestra espalda. Clara se ofrece a guiar al grupo pero, como casi siempre, le falla la informática, le pasa el testigo a Maruja que protesta:

-“Siempre me toca a mí”. Ángels dice que ella sin terratrip ni de coña se pone delante, o ¿es Jordi el que protesta?

Ángels y Clara montan un mitin por la emisora reclamando terratrips para la siguiente salida, como muy tarde. Si, vale, pero si luego no funcionan ¿de qué sirve tanta electrónica? ¿No se puede medir con una simple cinta métrica extensible? Hay unanimidad: no sirve. Jaume cierra el grupo con su flamante Toyota cinco puertas, no lo confiesa en voz alta pero pasa mucho del LR.

Las primeras casillas del rutómetro discurren por el Parque Natural que transcurre pegado al litoral, siguiendo las escasas playas y calas que todavía quedan en la costa mediterránea sin urbanizar, en dirección a Alcossebre.

Este pequeño pueblo costero ha sufrido en las últimas décadas una salvaje transformación a manos de los promotores que atraídos por la belleza de su litoral y la mezcla de montaña y playa, han construido decenas de miles de adosados y, cómo no, su propio puerto deportivo.

Pero también cuenta con un castillo, el de Xivert, asentado sobre la sierra de Irta. Es fácil observar todavía la parte de origen árabe y la cristiana. Sus últimos moradores fueron los monjes de la Orden de Montesa que lo abandonaron a finales del siglo XVIII.

A partir de la casilla 11 tomamos dirección Teruel, abandonamos la Comarca del Baix Maestrat adentrándonos en la comarca de la Plana Alta (Castelló) pasando cerca de la población de Benlloch que, pese a su actual tamaño (apenas mil habitantes) por su término pasaba, de Norte a Sur, la calzada romana Vía Augusta, lo que nos hace suponerle un pasado histórico destacado en la Comarca.

Albert nos hizo hincapié: "En la casilla 20 pasaréis bajo tres puentes de la autovía y, de la casilla 24 a la 30, circularéis por sendas zigzagueantes de tierra, entre viñas, os será muy difícil orientarse en ellas". Y encontramos los campos de viñas, de dimensiones paranormales y, las "uvas", de un extraño color anaranjado. Nos costó un tiempo entender que las gigantescas "viñas" de Albert eran hermosos naranjos, todavía impúberes. ¡Anda que…!

Entramos en la sierra de'En Galcerán, cruzamos la población d'Els Ibarsos- patronímico derivado del apellido de Doña María Ivars, antepasada directa de San Luis Beltrán y propietaria de las tierras colindantes. Continuamos en dirección a Culla. Nos adentramos en la Comarca de L'Alcalaten.

En la casilla 128 nos encontramos con el pueblo de Xodos que, desde la carretera, se nos ofrece la incomparable imagen de un pequeño pueblo colgado sobre un tozal de más de mil metros de altitud, destacando la silueta de la antigua torre 6 del homenaje de la muralla que protegió en su día la ciudad. El acceso a la población se conserva en excelente estado, realiza a través de un doble arco de medio punto realizado en la clásica sillería medieval.

Continuamos rodando hacia el ermitorio de San Juan, a los pies de Penyagolosa, que alza frente a nosotros sus casi mil novecientos metros de altitud, apareciendo y desapareciendo tras los árboles a medida que avanzamos. El más elevado de Castellón y segundo, tras el Cerro Calderón (Racó d'Ademuz), de la Comunitat Valenciana.

En la casilla 107 entramos en el cauce del rio Monlleó- misteriosamente seco ese día- rodar sobre el lecho, formado por cantos rodados, nos hacen disfrutar de una conducción alegre con súbitas pérdidas de tracción y graciosos culebreos del eje trasero, como rodar sobre arenas magrebíes. Las paredes, cortadas verticalmente y con una altura de más de veinte metros, forman un estrecho cañón que provoca la reverberación del sonido de los motores que atruenan como si se tratase de dos mil blindados de la Panzer División en formación de combate.

Tras tres kilómetros deslizándonos sobre el canto rodado, salimos del cauce, entramos en el bosque y afrontamos la primera trialera. Fue una decisión difícil, valoramos los pros y los contras, las dificultades eran muchas y serias. Finalmente se impuso el espíritu de aventura, optamos por arriesgarnos. Uno tras otro, dejando un espacio prudencial, escalamos con los dientes apretados y el pie controlando el punto exacto del gas para que las máquinas rodasen sobre los enormes bloques de piedra suelta, con más facetas puntiagudas que un diamante bien tallado.

Los neumáticos aguantaron, y las reductoras rugían avanzando metro a metro por la escarpada ladera. No se podía ir más deprisa, ni más despacio. El riesgo de "calar" en mitad de la subida ponía un escalofrío en la espalda de los conductores. ¿Qué pasaría si, de pronto, el motor dejase de traccionar y las dos toneladas y media del vehículo quedasen detenidas sobre las piedras sueltas? ¿Se deslizaría hacia abajo a toda velocidad, sin dirección, ni frenos, ni bloqueos…? O ¿directamente volcaría hacia atrás y rodaría como una bola de nieve hasta llegar despiezado al fondo del cañón?

Pulsamos el botón de la centralita electrónica para aportar esos caballos adicionales que podían evitar la tragedia y coronamos la cima. Respiramos, algo que se nos olvidó hacer durante la subida: como buzos bajo el mar, aguantamos sin respirar varios minutos.

De repente fui consciente del estupendo día que había salido, el cielo azul, limpio, la temperatura agradable y una fresca brisa que nos traía todos los olores de las plantas salvajes de la montaña: una delicia. Las lluvias abundantes han dejado el campo como un cuadro de Matisse, pletórico de flores de mil colores, con una gama de verdes increíbles, las laderas de las montañas parecen toboganes de un esponjoso verdor por los que apetece deslizarse. Abandonamos la provincia de Teruel y nos adentramos en la Comarca del Alt Mijares (Castelló) que cuenta con un pico de 1050 metros de altitud, el Salvatierra. Descubrimos, muy cerca de la pista, una pradera de mullido y hermoso verdor, con su poquito de sombra y la elegimos por aclamación como el lugar ideal para plantar las mesas de comer. Montadas las mesas con los cómodos sillones extensibles, dotados de movimientos relajantes programados, sacamos las viandas: las cervezas heladas (nunca mejor dicho), y el cava de Angels&Jordi. Jaume nos mira atónito. Él, que se iba a comer un ligero bocata, de pie, no da crédito a lo que ve. No entiende la calma con la que nos tomábamos el ritual de la comida, como disfrutamos del relax, ganado a pulso durante la mañana de intensa conducción.

Estábamos terminando la primera tortilla cuando asoman por la polvorienta pista los morros de los primeros vehículos del segundo grupo. Salimos a recibirles y les ofrecemos nuestra hospitalidad, pero prefirieron seguir pese a que reconocen que "es el mejor sitio de toda la ruta para comer". Les ofrecemos pinchos de tortilla. Algunos toman el pincho pero continúan a toda pastilla, ahora ya son los líderes. Poco después pasa otro grupo, está claro que una vez más la ventaja adquirida en la ruta la perdemos por culpa de la buena mesa, el buen cava, los postres y los espirituosos digestivos. Jaume fue incapaz, pese a repetir varias veces, de admitir que el elixir de cereza no es un orujo más. Pienso que no está preparado para paladear esta especie de ambrosía de tan beneficiosos efectos para los organismos adecuados.

Recogemos en un plis-plas- tras una relajada sobremesa- y nos ponemos en camino de nuevo. Pasamos por Villahermosa del Rio y Cortes de Arenoso pero poco después nuestra ruta vuelve a discurrir por tierras de Teruel (Aragón). Entramos en la Comarca de Gudar-Javalambre, a nuestra izquierda podemos ver la Sierra de Nogueruelas y en ésta las Paredes de Peñacalva.

Llegamos a Rubielos de Mora- villa medieval situada a mil treinta metros de altitud- y, siguiendo las sugerencias del Llibret de Territori, visitamos su conjunto histórico-artístico. Entramos por la Puerta del Carmen, tras aparcar junto 8 al pequeño parque. Caminamos por las calles que cuentan con los edificios más singulares. La ciudad mantiene en pie parte de las murallas medievales y dos de sus puertas monumentales de acceso, la del Carmen y el Portal de San Antonio.

El conjunto arquitectónico, palacetes, casas señoriales y placitas recoletas se distribuyen por todo el casco viejo de la villa. Nos viene bien un tranquilo paseo tras las horas de conducción. Finalizada regresamos a los coches y en la nevera encontramos- qué casualidad- un par de litros de horchata. La horchata estaba casi granizada, pero pudimos beberla. Después disfrutar de la auténtica horchata valenciana de chufa y con sus correspondientes fartons.

Continuamos la ruta que nos llevaría hasta el Hotel "Ciudad de Teruel", situado en las afueras de esta ciudad a la que, por cuestión de tiempo no pudimos dedicarle el tiempo necesario para disfrutar de sus muchos encantos.

Cargamos combustible y pasamos por el lavadero, los bajos acumulaban decenas de kilos de barro y los cristales y retrovisores estaban opacos por el polvo y el barro.

Acudimos al comedor y, este pequeño hotel a las afueras de Teruel, nos prestó un servicio adecuado, "correcto", que diría Monseñor Tobeñas de haber estado con nosotros. La temperatura era agradable y menú estuvo ajustado. Finalizada la cena Jordi, el de Ángels (el más hábil para estas cosas), encontró un pasadizo secreto para llegar a la cafetería que nos habían asegurado que no existía.

Así logramos unos cafés aceptables y unos vasitos de malta con hielo, ya se me entiende, que nos ayudaron a conciliar el sueño. En cuanto nos apagaron las luces un par de veces nos retiramos, nos dimos por aludidos rápidamente. Afortunadamente los cuarenta niños que alborotaban junto a la ventana de nuestro dormitorio ya se habían retirado, habían venido a celebrar una comunión. Peor fue lo de Jordi, tuvo que apagar las luces para que los padres de los cuarenta niños no se asomasen a la ventana para ver si pillaban cambiándose a la escultural rubia que le acompaña, Ángels.

Domiingo 23 de mayo.. Al ser la ruta más corta que el día anterior retrasamos la salida y, como relojes suizos, a las ocho en punto, estábamos dispuestos a partir tan pronto Albert diese el banderazo de salida. Un reducido grupo tuvo que pernoctar en otro hotel cercano, entre ellos Jaume, pero a la hora prevista ya estaba listo para unirse al grupo.

Jordi logró hacer funcionar nuestro dispositivo Bluetooth-GPS conectado a la Tablet, que nos está dando guerra. Por fin tenemos a Clara dirigiendo el grupo (mira que le gusta mandar, incluso en el monte). El reto consiste llegar a la casilla 21 del rutómetro donde hay una pista "poco visible, o nada visible" según las precisas palabras de Albert, marcada con unas piedras que dejó hace días y que igual están allí, o ya no.

Nuestro grupo sale en primer lugar, rodamos en dirección a Fuente Cerrada, dejamos el asfalto, pasamos por debajo de la autovía, y enseguida afrontamos una trialera, de bajada, con un 30% de inclinación, estamos al límite del riesgo que la prudencia aconseja aceptar. Valoramos el riesgo y decidimos lanzarnos por el precipicio con todas las consecuencias.

Es complicado esquivar los grandes pedruscos que acechan para rajar un neumático o golpear arteramente en los bajos. Los vehículos bajan roncando, reteniendo sus motores, mediante las reductoras, el impulso de la inercia que nos lanzaría al abismo. Casi una hora nos costó llegar a la casilla 21. Cruzamos entre las señales de piedra, que pudimos identificar entre otro muchos montoncitos similares (eso sí, hubo que echar mano de la electrónica para identificar las huellas dactilares y el ADN de Albert sobre las rocas) y, por la senda poco-nada visible, nos introducimos en el bosque. Satisfechos por haber sido capaces de encontrar las roderas inexistentes y con el morro y los costados del Toyota abriendo paso entre las zarzas, ramas y arbustos descubro de repente a unos metros por delante el tronco de un árbol gigantesco volcado lateralmente, y con una de sus gruesas ramas clavada directamente en el centro de las roderas. Imposible pasar. Avisamos por la emisora a nuestro grupo y nos detenemos. Mientras camino en dirección al árbol caído- como el ángel bíblico, pero con más mala baba- se me ocurre pensar que si Albert dejó las piedras para marcar las roderas es que ha pasado por aquí y, una cosa es que no nos advierta del obstáculo- muy suyo- y otra es que él haya podido pasar.

Una vez junto al tronco observamos lo que los arbustos nos impedían ver, girando a la derecha con precaución podremos esquivarlo, por los pelos. Y así lo hacemos, marcando bien las roderas para que los grupos que vienen detrás lo tengan más fácil, somos así.

Seguimos por el bosque que nos lleva por intrincadas sendas- ocultas por la densa vegetación, arbustos y ramaje, con espeluznantes descensos e impresionantes subidas- hacia los estrechos del río Mijares. Cuando llegamos al punto del último vadeo nos detenemos para contemplar la majestuosa fortaleza de las graníticas paredes que se alzan verticales creando un estrecho paso sombreado y fresco.

Nos detenemos para hacer unas fotos y contemplar el grandioso paisaje. Jordi aprovecha para comprobar que le funciona el mechero. Vadeamos el caudaloso río, más de cuatro metros de ancho por, ni se sabe la profundidad, y sumergimos los Toyotas en una cortina de agua que supera el extremo de los snorkes. Pasamos junto a la ermita del Pilar, cruzamos el pueblo de El Castellar y un cartel publicitario de "Martini" nos confirma la salida.

Es la hora de hacernos un pequeño refrigerio y acabar con las viandas que nos quedan del día anterior. Y, de paso, permitimos que el grupo de Carbonell nos pase de nuevo, que ya hemos retrasado demasiado su ritmo habitual.

Seguimos ruta y nos paramos en el mirador junto al río Alcalá desde donde podemos ver Alcalá de la 10 Selva. Continuamos hasta la Virgen de la Vega, subiendo a la estación de Valdelinares. En la cima nos espera Albert y que está reuniendo a los grupos y nos "obliga" a detenernos. Tras un rato de cháchara y hacer unas fotos reanudamos la marcha, no sé por qué nos penalizan con el último puesto, esto es peor que lo de los árbitros y los maletines.

De repente a Clara vuelve a fallarle la electrónica, el GPS de la dichosa Tablet, le pasa el testigo a Jordi y Ángels que encabezan el grupo y nos situamos a la cola, tras el Toyota de Jaume.

Nos detenemos al alcanzar al grupo de Carbonell, están detenidos para reparar un pinchazo, momento que aprovechan los pequeños de Margi- como siempre- para abandonar el vehículo y corretear por los alrededores. Estos nanos son ya unos centauros del desierto y de las rutas polvorientas, son más que una promesa de futuros quatreros.

Descendemos por una rampa muy trialera (casilla 49). Llegamos al barranco de las Ranas y nos encontramos con el río Linares y un nuevo mirador que nos permite contemplar el pueblo de Linares de Mora. Finalmente seguimos la pista que nos lleva a Mosqueruela, donde nos espera una excelente comida, en el restaurante El Molino.

El menú es excelente y el servicio de cinco tenedores- aunque sea un establecimiento de tan sólo dos, en un pueblo perdido de la serranía. Los grupos van llegando y ocupando sus mesas, cuando los primeros finalizan todavía están llegando los más rezagados, los que más han disfrutado del paisaje y de la ausencia de presión, de prisa. Y es que llevar detrás a Carbonell y los suyos, pisándonos los talones… eso impone mucho.

Nos despedimos de todos, renunciamos a la última aventura de la jornada, una rambla con agua y piedra que seguro será un espléndido colofón para el fin de semana, ya nos lo contarán quienes sí participen.

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