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Crónicas
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Balkan Raid 2010 -Territori 4x4-

“The Guaypoints 4x4 Team” nació al abrigo de las Bardenas Reales. Territori 4x4 puso los medios y lo demás lo hizo la convivencia, la naturaleza y sobre todo…el barro.
¡Mucho barro!

La amistad fue creciendo, las rutas se hicieron más frecuentes y nuestros planes de vacaciones giraban en torno a nuestro fotográfico ¡Namibia!

¡Oh viaje soñado!... ¡Namibia!. Nuestro grito de promesa futura.

Y así fue. Namibia era “lo más”, nos decía Albert; “una vez en la vida hay que ir” y preguntábamos una y otra vez y él explicaba…

“Pero para el primer viaje largo, os recomendaría Balcanes”.

¿Balcanes?. Si Balcanes.
Qué razón tenía. No sé si se lo hemos agradecido lo suficiente.

 

Casi sin darnos cuenta ya teníamos las inscripciones, el barco de ida y vuelta y los coches en el taller de “San Sergi”, (bueno, la beatificación fue durante el viaje, pero ya era uno de los nuestros antes de salir).

Éramos tres coches (dos Toyota y un Nissan) y un todoterreno (Jeep Wrangler). ¡Aún no sé cómo les dejaron apuntarse!

Éste fenómeno siguió fascinándome a medida que íbamos conociendo al resto de la expedición, ya que, raro era el que no llevaba Toyota.

¡Incluso la organización!. ¡Inconscientes! decía yo, ¡venir con turismos…!

El caso es que embarcamos por Barcelona pero no a Livorno; el barco traía 12 horas de retraso y no estábamos dispuestos a esperar tanto, así que, Territori movió ficha y…¡pasaje hacia Civitaveccia!.

31 de Julio. La aventura comenzaba.
Los nervios que produjeron el cambio de última hora se apaciguaron con la travesía;
llegamos a destino con retraso pero estupendamente descansados. Nos hizo falta. 550 km por delante. Destino: Venecia.

El viaje prometía ya desde el principio. Nos las apañamos, para nada más bajar del barco perder al primer coche y una hora más tarde, ya en ruta, nos ocupamos de “perdernos” de la Organización.

Si, como lo oís.

Abría Dani, “Oficial Navegante Guaypoint” y cuando menos se lo esperaban, con nocturnidad y GPS, en un escorzo de navegación, zassss, les dimos esquinazo.

¡Brrr, Brrrr! ¿Albert, me copias? cambio…
chirrrrrrrsssssss, chirrrrrsssssssss. ¡ ni flowers!, misión cumplida. Ya vamos solos. O al menos, eso creíamos.

Siguió guiando “Navigator” con su Nissan y cerraba el grupo un individuo peculiar. También llevaba Toyota, pero de los viejos. Creo que les llaman 80. Eso sí, estaba bastante bien cuidado. La verdad, el coche no era gran cosa, pero el conductor, ya desde el embarque inspiraba confianza. ¿Sería por el bigote?.

No es plan de fiarse del primero que ves y menos con coches tan viejos, pero el caso es que la responsabilidad de “arrear” la manada, la ejercía con maestría y buen humor, animando al resto de Toyotas, que por la noche y con una autopista llena de camiones camicaces compartiendo dirección, encontraban dificultades para permanecer en el carril. Balbino. Ese es el nombre del “Pastor”.

¡Brrr, Brrrr! ¿Albert, me copias? Son las 4 de la mañana y estamos llegando a Venecia, cambio.

¡Te copio!. Os hemos reservado cena. La tenéis en la habitación!. Cambio.

Aún me pregunto cómo lo consiguió. A esas horas. En Italia.

Dormir, lo que se dice dormir, no dormimos. Descansamos un par de horas y comenzamos la excursión a Venecia no sin antes tomar un buen desayuno.
Venecia…¡qué os voy a contar de Venecia!. Sus canales, sus barcos, sus góndolas…El que no haya estado…pues eso, que ya va siendo hora. Que no sea que en lugar de subir el petróleo suba el agua y la borre del “Territori”.

Venecia se terminaba, pero al día siguiente comenzábamos la verdadera ruta. La ruta de los Balcanes. Camino de Ljubljana, Eslovenia.

El día 3 de Agosto, con los deberes del briefing hechos y en dos grupos, marchábamos encabezados por “El líder”, “Los Carchanos” y “Los Guays”, con las espaldas cubiertas por “El Santo”, nuestro soporte técnico, Sergi.
Recorrimos los 150 km de autopista, 100 de asfalto y por fin, pisamos tierra.
Hermosos paisajes de tejados puntiagudos, verdes praderas alimentadas por la perenne llovizna y hermosos lagos como el Bled, dominado por el Castillo de Los Obispos de Brixen; frondosos bosques, los del Robin Hood local, nos hicieron disfrutar de la vista y del placer de conducir por pistas escavadas en túneles de frondosa naturaleza. ¡Cuánta belleza!

Merecido descanso nos esperaba en un Hotel de 5*. Pero antes se imponía un paseo por el centro de la adorable Ljubljana, dividida en su corazón por el río Sava, que parece desembocar en la iglesia de San Nicolás, desde el Medievo vigilada por el castillo, dominando desde la colina.

A primera hora de la mañana partíamos raudos al encuentro de un viaje en tren que nos llevaría al interior de un enorme capricho de la naturaleza en forma de los más variados sueños pétreos, fruto de la unión del agua y el tiempo. Las cuevas de Postjona.

Quedarán para siempre impregnadas sus paredes del sonido del coro de “Los niños de Territori” entonando el “cumpleaños feliz” que al ilustre “Navigattor” le dedicamos.

Al igual que nuestra imaginación, retrocediendo en la historia, se alzaba ante nosotros el castillo de Predjama y a lomos de nuestras máquinas, surcamos los bosques de sus valles al igual que lo hiciera el “Peter Pan” (o Robin Hood para otras…) esloveno, siglos atrás.

Rijeka nos esperaba con un confortable hotel, una reconfortante cena y unas cuantas copas. Seguíamos de cumpleaños en un balcón que dominaba el Adriático y cuanto alcanzaba nuestra vista.

Combinación de paisajes de Adriático y selva nos conducen por pistas. A pesar de la humedad de los bosques, están en perfecto estado y los coches que nos acompañan no tienen dificultades. Mi todoterreno tampoco. Los caminos nos llevan derechos a una de las joyas que encierra este magnífico viaje. Plitvice.

Croacia es la propietaria del privilegiado parque acuático que los Dioses construyeron para su deleite en el corazón del Parque Nacional de Plitvice. Y creedme, seguro que los dioses siguen jugando en sus aguas, sus fuentes, sus lagos y sus cascadas.

La caminata merece la pena. El esfuerzo es menor si uno conoce la recompensa y como siempre, el hotel nos espera, ya en tierras bosnias.

El paisaje sigue sin defraudar y los bosques, los valles y praderas se amontonan en nuestro recorrido.

El rio Una nos brindaba la oportunidad de descender por sus rápidos en una jornada de rafting pero la solidaridad de los “Guaypoints” hizo que nos quedáramos todos en tierra. Bueno, todos no.

“Los coches”, ni se acercaron al río, pero los “todoterrenos”, desplegamos el snorkel portátil y nos lanzamos a sus aguas. ¡ Menudo momento!. Menos mal que ha sido inmortalizado para gloria de Jeep, porque si no, los incrédulos nos llamarían fabuladores.

Bosnia y Herzegovina. Al escribir su nombre todavía resuena en sus sílabas el silbido de la barbarie al igual que las fachadas de Sarajevo recuerdan el paso del odio entre pueblos. Ya desde antiguo se arreglaron disputas con bombas. Pero no las veíamos por la tele. Tan solo algún dibujo narraba cómo el anarquista atentaba contra Francisco Fernando y su esposa aunque éste acontecimiento supusiera el pretexto para iniciar la I Guerra Mundial.

Al entrar en la ciudad era inevitable recordar, como seguro recuerdan sus habitantes el olor de la pólvora. No me gustó Sarajevo. Ni me gustaron sus pistas de esquí. Aquellas que acogieron la olimpíada del 84. Aquellas que acogieron los bunkers vigilantes. Aquellas que hoy nos recuerdan con sus ruinas que hubo una guerra.

Malditas, las guerras y malditas las pistas que nos llevan a ellas, duras, de piedra, que solo soportan el paso de los tanques y no de mis huellas. En ellas se partieron mis muelles y rompieron las piezas que sujetan el equilibrio de ellas.

Llegar a Mostar, siguiendo el Neretva, aun habiendo sido cruenta la guerra, fue un alivio, para mi coche y para ella. Para la ciudad, hoy reconstruida, Patrimonio de la Humanidad, llegó la paz.

Es un oasis de esperanza entre pueblos que seguro aun se odian, pero se soportan, porque es preferible esto que borrarse de la faz de la tierra.

Mostar me gusta. Me ha robado el alma y el recuerdo de aquellos cercanos que tanto apostaron por ella y que hoy en sus calles ven la recompensa. Con su puente, sus mezquitas e iglesias, con sus restaurantes, su zoco y sus mujeres, rubias, de tez morena pintando el paisaje de verdes, azules y agua que lleva el río incansable, el recuerdo de quien lo ha visto.
Así es Mostar.

Al día siguiente madrugamos. Demasiado. Y no por el paseo matutino de despedida de la ciudad. Las pistas de piedra de la estación de esquí rompieron la estabilizadora trasera y con ella cedieron los amortiguadores y los muelles, pero… es un jeep. Basto un madrugón y… mano de santo, de “Sant Sergi”, quiero decir. Nuestro apoyo técnico y amigo.

Que un club como Territori organice una ruta ya es de por sí garantía de éxito suficiente, pero que además cuente con el servicio Técnico de Sergi Carrasco de Talleres Jorsán es un lujo y una tranquilidad. Y somos varios los que lo pudimos ratificar.

Habíamos quedado a las 7:00 y llegué a las 7:02. Debía de llevar debajo del coche ya al menos 20 minutos. Tenía localizado el problema y la posible solución para poder continuar el viaje. Y así lo hicimos.
Rumbo a Dubrovnik. La Perla de Adriático.

Orillando el Neretva comenzamos la navegación siguiendo el rutómetro por pistas tranquilas, disfrutando del paisaje, de la compañía de nuestros amigos, de la emisora; “aquí Radio Guaypoint, emitiendo para las ondas”… y las ondas nos esperaban, las del Adriático, lamiendo los pies del hotel que daría reposo a nuestros huesos. No podía ser mejor ni más oportuno pues los kilómetros empezaban a notarse no solo en los amortiguadores del coche.

Aquella noche tomamos Bombay Saphir mecidos por las olas. Y hablamos con Pilar, nuestra querida reportera “Guaypoint”. La echábamos de menos.

Al día siguiente la decisión fue unánime en los “Guaypoints”. Los chicos recorreríamos las montañas hasta llegar a Montenegro, a lomos de unas abandonadas vías de tren, viendo el abandono obligado de algún pueblo y recorriendo el fiordo de Kotor, el más austral de Europa.

Las chicas se quedarían (con algún disidente, aspirante a “Guay”) en el hotel, a disfrutar del sol y del mar, de las compras y del paseo por Dubrovnik.

La noche y un estupendo restaurante nos volvió a unir a todos. El paseo obligado por la medieval ciudad es un recuerdo que no morirá pues será alimentado el día que menos me lo piense con una nueva visita. Merece la pena.

La octava etapa, nos llevaría a Montenegro. 300 kilómetros de pistas y pasos fronterizos, de Croacia a Bosnia, de Bosnia a Montenegro, al corazón del Durmitor National Park, protegido por la Unesco como Patrimonio Mundial de la Humanidad y por el cañón del río Tara. Paisajes inigualables como inigualable fue el hotel Spa que nos estaba esperando. Es indescriptible. El que lo seleccionó tiene el morro fino. Muy fino. Finísimo. ¿Verdad Albert?. Al llegar al pueblo donde está situado uno no se imagina esas instalaciones.

A la mañana siguiente tuvieron que sacarme a rastras del hotel. Les costó algún insulto. Suerte que son amigos del alma. Me hubiera quedado todo un invierno, pero debíamos reemprender ruta hacia Shköder, pasando por Podgorica pero antes hicimos parada para restañar la estabilizadora. Soldadura de profesional, las burlas de mis compañeros y un puñado de euros más tarde, ya reemprendíamos la marcha.

La cena estaba lista a la llegada, cambiábamos de país y de menú. Las comidas de este viaje merecerían un capítulo aparte pero baste decir que ni faltaba el “pata negra”, ni el cava ni el café recién hecho ni los postres. Ya fuera el desayuno, el aperitivo, el almuerzo o la merienda, el despliegue de medios era digno del mejor bufet libre. Todos a una, ya fuéramos cada grupo por separado o los dos en conjunto, el intercambio era la tónica general. Muslo de pollo por cava, trozo de queso por “sidrina” o “licor de hierbas por amistad” eran habituales.

Y así llegamos a Tirana. Capital de Albania y…de los coches. De los desguaces de coches de lujo, de los lavaderos a pie de la carretera, de la circulación imposible, del caos de la civilización. Conducir en Tirana es un acto de Fe. Y conducir en caravana sin que el grupo se rompa, misión imposible.

No sabría decir si es una ciudad en ruinas o en construcción, pues el desorden urbanístico no deja claro ni lo uno ni lo otro. Puedes encontrar lo mejor (por ejemplo nuestro hotel) o lo peor (acercarse a comer a un chiringuito de la playa más cercana).

Ahora bien, puedes encontrar la pieza del coche que desees en tiempo record. Una hora tardamos en encontrar los amortiguadores y media en colocarlos. Eso sí, siempre de la mano de la experiencia de nuestro “líder” y bajo su manto protector. ¡Está el patio como para fiarse!

Solamente hay un sitio en el mundo donde puedas encontrar de todo para un vehículo; bueno, dos, en Albania y en el maletero de Carchano. ¡ Qué gran descubrimiento el amigo José! Es como el Inspector Gadchet, pero en versión Off Road. Tornillería completa, herramientas de todo tipo, ¡hasta un sistema de remolque para casos de extrema necesidad! Y no solo eso, si no la disposición para echar una mano a cualquier hora, en cualquier momento, en cualquier sitio.

Un incombustible de los de verdad.
Comenzar la etapa 11 es el equivalente a la “traca final” de los fuegos artificiales.
Esta jornada nos llevaría a través del Albanian Central Trail, las montañas del centro de Albania, tierras de bosques, de leñadores y lobos, hasta las planicies del Lago Ohrid.

La ruta prometía y no defraudó. Las roderas de barro dejadas por los camiones de la madera, comprometían a más de uno si se despistaba con el paisaje. Las ayudas se escuchaban por la emisora y las avanzadillas de exploración se repitieron una y otra vez, asegurando el paso de la caravana. El terreno era harto conocido por Albert y la ayuda de Balbino no dejaba cabos sueltos por si el terreno hubiese cambiado por las lluvias. No había posibilidad de trampas sorpresivas. Las únicas habían quedado atrás en forma de muralla improvisada de piedras que afanosamente se encargaron de construir los “Carchano Boys” en un intento de frenar a “Los Guaypoints”. Trabajo baldío y lo sabían. Pero las risas merecían la pena.

Tampoco las montañas de Albania pudieron con nosotros. Al contrario, se convirtieron en un excelente parque de atracciones con montañas rusas de lomas y pedregales. Una y otra vez, ladera abajo con maniobras “a la albanesa” llegamos a un claro, sacado de un libro de leyendas, donde desplegamos nuestro habitual repertorio culinario, para darnos un homenaje antes de continuar el camino.


La encrucijada era el paso de los madereros, en sus camiones de la Segunda Guerra, cargados hasta las trancas en un ejercicio de equilibrio imposible, jugándose la vida en cada viaje. Intercambiamos viandas, saludos y los deseos de que llegaran a su destino. Los más afortunados, bajaban a galope tendido sobre sus acémilas.

Continuamos viaje, bordeando el cauce del riachuelo unas veces y por el medio del mismo otras, en una trialera interminable que nos hizo disfrutar como chiquillos, para llegar al valle, atravesando aldeas y poblados.

Las piedras y los árboles caídos dieron paso a unas pistas rápidas, rapidísimas y juguetonas que sacaban de nosotros el alma de piloto refrenado por la prudencia de tener que llegar al destino para continuar viaje. Y nos alcanzó la noche y la diversión aumentó como iba aumentando el cansancio disimulado por la tensión de no poderte despistar. ¡Solo de recordarlo me sube la adrenalina!, ¡qué maravilla de día!

Macedonia era la antesala del final del trayecto y lo sabíamos, pero no íbamos a dejar que el ánimo decayera. Apuramos al máximo con la visita al monasterio de San Naum y el trayecto hacia Grecia, a través de las montañas y sus valles que nos quisieron enseñar, a modo de despedida, los corzos que los pueblan.

Otro estupendo hotel nos esperaba a los pies de las Meteoras, las montañas mágicas que albergan desde el siglo XIV a los monjes herederos de aquellos, que ermitaños, ya poblaban en el XI las cuevas que los acercaban “Al Creador”.

Y así, como caídos del cielo, cayeron nuestros últimos pasos en Grecia, derechos al final de un viaje que difícilmente olvidaremos.

Porque, los lugares, es cierto, con el paso del tiempo se vuelven borrosos; pero… ¿cómo olvidarte de las emociones compartidas?

Los paisajes cobran sentido cuando los recuerdos se fijan en aquellos detalles que los hicieron importantes, cuando las palabras al describirlos te traen a la memoria a aquel tipo, el del bigote, del que alguien dijo “contigo iría al fin del mundo” o de aquel otro que velaba día y noche por que las averías fueran meras anécdotas o por aquel que brindaba con cava o el que compartía la sidra o por el que ordenaba nuestras rutas.

O por ti, que nos trajiste de vuelta a casa.
Por vosotros, mis fieles “Guaypoints” que habéis hecho que la familia crezca.

Por ti, pequeña.

¡Desde radio Guaypoint, emitiendo para las ondas!... ¡hasta pronto!

Agustín de Ramón

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