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Crónicas
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NAMIBIA

85Nuestra gran aventura empieza el día que las familias de Alexindi y Jordindi de Indinimuniets decidimos realizar un viaje a Namibia, alentados por las buenas vibraciones que nos da Jordi Tobeña de Territori 4x4 durante un viaje a Líbia.

Por eso, pedimos consejo a Territori 4x4, en principio la idea era apuntarnos al viaje que ellos organizaban, pero incompatibilidades en las fechas hicieron que decidiéramos realizar el viaje las dos familias independientemente. No sin antes recibir las ayudas y consejos de nuestros amigos de Territori 4x4 (en cuestión de aviones, alquiler de coche e incluso nos facilitaron waypoints).

 

Empieza la búsqueda de mapas, organizar rutas, cuadrar días,….. Uf……. Vaya faenón.

Pero llega el día y con las maletas, herramientas, ordenadores, cámaras y el buen espíritu aventurero de los Indinimuniets, los siete componentes de esta expedición nos presentamos en el aeropuerto para coger el avión, primero hacia Londres, con destino final Windhoek.

Desde Windhoek al Sur

Ya hemos llegado a Namibia, ni retrasos, ni pérdidas de maletas, esto sí que empieza bien.

51Lo primero es ir a buscar el coche que hemos alquilado. Dos Toyota Hilux completamente equipados: nevera, bártulos de cocina, parrilla, fogones, tiendas de campaña en el techo del coche, pocas herramientas (las imprescindibles) y el volante a la derecha. En fin, todo aquello para ser autosuficientes.

Muy cerca del lugar de alquiler encontramos un súper, nos abastecemos de todo lo necesario y allí mismo comemos. Ya empezamos bien, unas platas de marisco, pescado y calamares a la romana para chuparse los dedos, dos botellas de vino blanco, a un precio increíble ¡!!!!! 7 euros por persona ¡!!!!! Esto promete.

Salimos supercontentos y tomamos camino hacia el sur. Queremos llegar lo más al sur posible antes que anochezca. El sol se pone entre las 5h30’ y las 6h. de la tarde.

Anochecerá pronto y decidimos parar a dormir en el hotel de la presa Hardcap, que está dentro del Parque Nacional Hardcap, a 15 km de Mariental.

Ya estamos en el corazón de Namibia, hoy vamos en busca del bosque de Kokerbooms (Quivertree- árbol de donde se extrae el aloe vera). Originarios del sur de Namibia y Sudáfrica, este bosque es el único lugar donde crecen un gran número de estos árboles todos juntos de forma salvaje. Normalmente estos árboles crecen aislados. De la corteza, los hombres San (bosquimanos) construyen sus arcos.

Volvemos a coger la carretera (de las dos que hay, una va de norte a sur, la otra de este a oeste, o viceversa), para dirigirnos a Lüderitz. Población costera que limita con la zona prohibida de los diamantes (donde vale más no acercarse, ya que rondan personajes armados con cara de pocos amigos, que no dudan en disparar si es necesario).

Pero antes de llegar a Lüderitz nos desviamos un poco para ir en búsqueda de waypoint que Alex encontró, donde se supone que íbamos a poder hacer una foto de lo más espectacular. Se trataba de unas vías de tren sepultadas por la arena del desierto. Pero cuando llegamos, OH…., decepción, las vías del tren ya no están. Si es que el desarrollo industrial es lo que tiene……. Tristes emprendemos la marcha y llegamos a la ciudad de Lüderitz.

52Se suponía que aquí iba a hacer mucho frío (es invierno, recordad que hemos cambiado de hemisferio). Pero resulta que están teniendo una ola de calor y nos permitimos incluso llevar manga corta. Buscamos un hotel puesto que teníamos previsto dormir en hotel debido al frío que debía hacer. Casi todos están cerrados, no es temporada alta aquí, y además no es un lugar turístico, pero no tenemos ningún problema y al segundo que entramos ya tenemos habitaciones para dormir.

La ciudad es como cualquier ciudad alemana. Grandes avenidas, grandes casas modernistas, la iglesia en lo alto de un cerro, y la costa atlántica al fondo. Esto provoca un vientecito que no nos va nada mal con el calor que hace.

Volvemos a cenar como reyes, bajo la luz del generador, el único que debe haber en toda la ciudad, porque “Light is coming” desde que llegamos.

A primera hora de la mañana pedimos los permisos-entradas en la oficina del Lüderitzbucht para poder visitar la ciudad fantasma de Kolmanskop, situada a 14 km al oeste, en plena Sperrgebiet (Diamond área). La caída de diamantes provocó que la gente que trabajaba en las minas de diamantes abandonase el pueblo. Hoy en día, a pesar de la restauración efectuada en algunos edificios, el pueblo está siendo invadido por la arena del desierto. Espectacular ¡!!!!!!!.

Con arena hasta en las cejas, nos dirigimos a Aus, desde donde tomaremos la primera pista del viaje para, a través de la pista que pasa por el Namib-Naukluft. Pero esto no ocurrirá hasta dos días después, así que, por parajes impresionantes, pistas que se alargan hasta donde se pierde el horizonte de vista.

El paraje donde dormimos es de lo más bucólico. Es nuestra primera noche en las tiendas del techo y no podíamos haber encontrado mejor lugar para dormir, rodeados de rocas, un campsite de lujo.

53Mesa y bancos de piedra, barbacoa, baños integrados en la roca, exclusivos para nuestra parcela, superlimpios, toda una sorpresa, que se convertirá en la tónica habitual del viaje. La puesta de sol, inolvidable, como todas las que tendremos a partir de ahora.

El desierto de Namibia

El día de hoy despierta un poco alterado. Después del almuerzo de pan y nocilla nos disponemos a recoger el campamento, toda una odisea. Ya lo hemos conseguido!!!!. A punto de marcha, una voz nos dice…. “no encontramos las llaves “…. ¿Quién puede ser? La búsqueda nos parece eterna, vaciamos los maleteros del coche, registramos las basuras, vaciamos maletas, peinamos la zona, y después de una hora, y como último recurso, antes de llamar al Racc, decidimos volver a abrir las tiendas y tachan, tachan…… las llaves.

Reemprendemos la marcha no sin antes comprar los huevos para la tortilla de esta noche a la granjera.

A través del Desierto del Namib-Naukluft, el paisaje que nos acompaña es indescriptible. Durante todo el camino no paran las sorpresas: avestruces, springbocks, orix, ya nos conocéis, parada cada 5 segundos a tomar fotos. Más tarde veríamos que esto no era más que el principio, pero en este momento, nos encontrábamos sorprendidos por lo que veíamos.

Y llegan las primeras dunas allá al fondo, entre las montañas de piedra. Tenemos tantas ganas de pisar arena que decidimos llegar al campamento lo más pronto posible y poder visitar a la puesta de sol el Parque de Sossusvlei. Una buena decisión.

Antes, debemos reservar la plaza de campsite en la oficina de NWR, i sacar los permisos correspondientes. Aquí tenemos el primer encontronazo con un uniforme. Como los Indinimuniets somos bastante inconformistas, nos parece carísimo, comparado con lo que nos había costado hasta el momento, pero es lo que hay, es un organismo oficial y si te gusta bien, y si no, ya sabes, a dormir al raso.

La visita a Sossusvlei al atardecer nos permite ver las últimas luces del día en la famosa duna 45, que recibe ese nombre por estar situada a 45 km de Sesriem y ser la nº 45 desde Sossusvlei.

54Estas dunas son inmensas, de arena roja, pero no se pueden pisar con el coche, ya que se trata de un parque natural y está prohibido. Igualmente, son impracticables.

Regresamos cuando se pone el sol ya que los horarios del parque van desde el “Sunrise” hasta el “Sunset”, o sea, del amanecer al atardecer.

Después de cenar nos “colamos” en el resort vecino. Los nativos nos explican como atravesar la verja por un agujero e ir al resort sin que nadie nos vea. Bebemos amarula (licor autóctono) hasta que cierran y volvemos al campsite por el mismo agujero por el que hemos entrado.

El día de hoy lo dedicamos a visitar Sossusvlei.

Se trata de un gran salar situado entre dunas de arena roja. Es como un lago seco y muerto (lo llaman Deadvlei- laguna muerta). Los árboles también están muertos, pero el paisaje es surrealista, parece que nos encontremos en una película de ciencia ficción. Aquí los fotógrafos oficiales de Indinimuniets hacen de las suyas largo rato.

Dicen que cuando llueve mucho esta laguna se llena de agua i entonces renacen todas las plantas que hasta ahora están dormidas, pero hace muchos años que esto no pasa.

Aquí Eduard hace sus primeros pinitos de conducción en arena. Salen todos del coche con las piernas temblando, pero muy risueños, esto indica que no ha ido del todo mal.

Visitamos también el cañón de Sesriem, un cañón entre rocas de 2km de longitud y 30 m de profundidad.

Volvemos a la pista que nos conducirá a Walbis Bay, y nos dejamos envolver por el paisaje de colores dorados de la hierba, el azul del cielo, el rojo de la tierra de la pista, pero hoy sólo llegaremos a Solitaire donde, compramos pan y galletas en la tienda de Moose, al lado de la gasolinera.

Mientras Jordindi nos prepara la cena (hoy el chef nos deleitará con unos espaguetis con tomate para chuparse los dedos), un springbock nos visita como si del gato de casa se tratara.

La Costa de Namibia

A la mañana siguiente, mientras desayunamos una buena tortilla que nos prepara la cocinera, un cordero corre a buscar la pelota que le han lanzado, como si fuese el perro de la casa.

Volvemos a adentrarnos en la inmensidad de la pista que, ahora sí, nos llevará a Walbis Bay, donde tenemos reservados dos días de hotel.

El paisaje ya ha cambiado un poco, atravesamos el Trópico de Capricornio (dejamos nuestra huella en forma de adhesivos de Indinimuniets y Territori 4x4 en el letrero). Cruzamos el cañón de Kuiseb, pliegues rocosos recubiertos de la dorada hierba que nos acompaña todo el viaje. Recordemos que estamos en la época seca, llegamos a Walbis Bay a la hora de comer. Una buenísima pizza en el Crazy Mama’s nos da las fuerzas necesarias para continuar la visita por la tarde, ya que las necesitaremos más tarde, aunque ahora todavía no lo sepamos.

Qué decir de la tienda de 4x4. Las mejores cajas que nunca haya podido encontrar Alex. Pues no está contento ni na.

Tomamos la carretera de Walbis Bay hacia el sur, con la finalidad de dar una vuelta por la bahía y tomar fotos de los flamencos. Pero, inesperadamente, uno de los coches da un giro, se introduce en la arena de la playa y………. Enganchada……. Ufffff… que enganchada……. Ningún problema, un sorbo de cerveza, eslinga y…. Ya está.

Ya ha anochecido, así que volvemos al hotel y a cenar.

Sí que sí. Hoy estamos decididos a pisar arena del desierto. Ya no podemos aguantar más. Por eso, nos dirigimos al Ministerio de Medio Ambiente y Turismo, para pedir los permisos para visitar Sandwich Harbour. Se trata sólo de una gestión burocrática, rellenar unos datos en un papelote y pagar; al fin y al cabo todo se reduce a pagar.

Hechos los trámites, tomamos la costa hacia el sur, visitamos las salinas y costeamos por la playa entre esqueletos de foca, aprovechando que la marea está baja. Nos han informado que la marea volverá a estar totalmente alta a las 3 de la tarde. Esto significa que, si queremos volver por el mismo camino, deberemos calcular bien el tiempo para no quedar atrapados por la marea.

Todo va como la seda, hasta que nos encontramos a unos italianos que se han quedado atrapados en la arena. Como buenos samaritanos, los Indinimuniets decidimos dar media vuelta para ayudarlos, pero un coche se queda en el intento. Estamos atrapados hasta el cuello.

Avisamos al otro coche para que nos venga a rescatar. Mientras, las palas hacen su función, en vano. Los italianos se acercan a ayudarnos, pero sólo nos salva el tirón con la eslinga del otro coche. Los italianos quedan sorprendidos al ver que los Indinimuniets ponemos buena cara y una cerveza a los tropiezos y los comentarios son: “feliche, feliche….. no problema”.

Superado este último tropiezo, ahora sí, nos internamos en el mar de arena entre Walbis Bay y Sandwich Harbour, la arena del desierto toca al agua del mar, sin playa; es una imagen que nos maravilla.

Volvemos deprisa y corriendo cuando nos damos cuenta que han pasado rápido las horas y quizá no llegaremos a tiempo antes que suba la marea. Pero sí, todo nos está saliendo redondo.

Por la tarde, nos acercamos hasta Swakopmund, una ciudad muy turística, a pesar de que ahora es temporada baja. Aquí sí hace bastante frío. Muy visitada por los pescadores. Al lado izquierdo, el mar, al lado derecho, el desierto. La arena transportada por el viento invade la calzada de la carretera, llegando a taparla por completo.

Unas fotos a la puesta de sol en el mar, y vuelta a Walbis Bay.

Tomamos la carretera de la costa hacia el norte y visitamos Swakopmund. Por el camino podemos ver un barco ancorado en las rocas. Nos encontramos al sur de la Costa de los Esqueletos.

59Recorremos un poco por la playa hasta llegar a la reserva de leones marinos de Cape Cross. Miles y miles de focas, grandes, pequeñas, con un hedor insoportable, y vigiladas de cerca por los chacales, atentos a cualquier descuido de las madres para comerse las crías.

Abandonamos la parte costera del país. Por el camino, en un paisaje totalmente desértico, podemos ver las “welwitchias”. Se trata de plantas que crecen exclusivamente en el desierto de Namibia, llegando a vivir 1000 años, y son dos hojas que crecen continuamente de un único tronco que nace pegado a la tierra.

Por fin llegamos al Campsite. Único. Nos parece fantástico. Rústico, podemos decir que ya nos sentimos como en el África que conocíamos. Nos encontramos en un paraje recóndito, remoto y enigmático. Nos parece fascinante todo. Las montañas que lo rodean toman formas extrañas mientras la tierra va tapando la luna, en el eclipse lunar de esta noche.

En busqueda de la senda de los elefantes

Pero cuando nos despertamos y hablamos con las señoras que gestionan el campsite nos informan que esta noche, por el camino contiguo a nuestras tiendas ha pasado una manada de elefantes y dos leones (suerte que dormíamos) y se han dirigido río arriba. No nos lo pensamos ni dos segundos.

El lecho del río, situado entre montañas pedregosas, no nos hace fácil la conducción entre charcos, arena y piedras. Los excrementos, orines y pisadas nos indican el camino que debemos seguir si queremos encontrar los elefantes. Las pisadas de elefantes van seguidas de pisadas de león; ahora sí que lo tenemos claro, bajo ningún concepto podemos descender del coche. Transcurridas tres horas les damos alcance.
Una sensación indescriptible. Quizá, de momento, lo mejor del viaje.

Ahora sí que nos sentimos unos verdaderos INDInimuniets.

64Sin perder tiempo, ya que llevamos toda una mañana de retraso sobre aquello previsto, reemprendemos la marcha, pero la pista que tomamos es muy pedregosa, lo cual nos hace circular muy lentos. No cabe decir, que es precioso todo esto, tan salvaje, tan inhóspito. Tanto, que mientras un coche se entretiene con una manda de cebras que cruza por delante en el camino, el otro coche debe detenerse por un pinchazo en una rueda. Demasiado bien nos iba todo.

Por si esto fuera poco, en una curva del camino, en el coche de atrás escuchan unos soplidos al lado de la ventana. Cuando quieren darse cuenta, un rinoceronte negro, con unos cuernos enormes sale corriendo, a toda prisa, refugiándose detrás de los matojos. Que espanto ¡!!!!!........... Ahora sí debemos asegurar un lugar para dormir. No podemos dejar que nos sorprenda la noche sin refugio.

Debemos dar la vuelta un par de veces, ya que las pistas que tomamos no nos acaban de convencer del todo, está anocheciendo, sin ningún pueblo a la vista.

Por fin, en plena noche (ya deben ser las seis) llegamos a Twyfelfontein y en la primera luz que encontramos paramos a preguntar por un campsite. Nos indican que está a 100m, pero sin ninguna luz a la vista es imposible de verlo.

Vuelve a ser un campsite de primera, aunque rústico (las duchas son espacios cerrados con cañas con un grifo que cuelga del árbol y el agua caliente es un bidón metálico lleno de agua que calientan con leña ardiendo), pero muy limpios y la gente que los gestiona muy amable. La parcela que nos asignan también dispone de barbacoa. Total, un lujo.

Iniciamos la marcha por la mañana, decidimos no ir al Petrified Forest, ya que se encuentra bastante alejado, y nos desviaría de la ruta. No queremos perder más tiempo. Sí vamos a visitar los Organ Pipes. Se trata de columnas de dolomita (basalto) en un pequeño torrente. No vale la pena, así que no perdemos más el tiempo y nos dirigimos a un antiguo fuerte alemán.

El paisaje nos continúa mostrando grandes explanadas de hierba dorada, con bestias rondando por los alrededores, y algunas montañas al fondo.

73Casi a la hora de comer llegamos al fuerte. Ya podemos ver familias de Hereros por los alrededores. Se trata de una etnia de Namibia donde las mujeres visten a la usanza del siglo XIX. Explican las malas lenguas que cuando la señora esposa del Dr. Livingston llegó a estas latitudes obligó a vestir a su manera a las mujeres Herero-Himba. Estas primeras todavía visten de esa manera.

Antes de comer buscamos un sitio donde nos arreglen la rueda del coche. Mientras la reparan, nosotros comemos a la sombra de una acacia.

Así pues, tomamos la pista que sale hacia el noreste. En esta pista, preciosa, avistamos las primeras jirafas salvajes. Volvemos a tener la misma sensación, la misma excitación.

Al llegar al pequeño asentamiento de hereros (no puede llamarse pueblo) ya ha anochecido, pero aunque disponemos del waypoint del campamento no hay manera de encontrarlo. Caminos a la derecha, caminos a la izquierda, que no que volvemos a la pista principal, que no que por aquí ya hemos pasado. Suerte que una camioneta nos indica con sus luces que nos paremos, nos esperamos a ver que nos dicen y ellos mismos nos acompañan hasta nuestra parcela en el campamento, ya que se trata de trabajadores del mismo campsite.

No hace falta decir como está el campamento. Como todos los otros. La barbacoa y la cena nos saben a gloria, después del desasosiego que hemos tenido esta noche. Con el Whisky- brifing cerca de la lumbre todo se olvida.

Al levantarnos nos damos cuenta que hemos estado durmiendo a la orilla del río. El mismo río que tomaremos para ir en busca de los elefantes. Pero antes debemos pasar por recepción para abonar la noche. Todo lo que ayer nos pareció alejado del mundo hoy con la luz del día está a la vuelta de la esquina.

Allá vamos ¡!!!! Como ahora ya sabemos un poco más de estas lindes, nos encontramos muy animados para encontrar los elefantes. Los oriundos nos han dicho que los elefantes se han dirigido río arriba, y los leones río abajo (en dirección al mar), pero nos avisan que no suframos, que en el otro río avistaremos elefantes, seguro.

Y así lo disponemos, pasando entre montañas que forman estrechos pasos, atravesando lechos de ríos secos, vivimos la aventura en estado puro, ya que no encontramos sólo elefantes, en un recodo del río una enorme jirafa nos está esperando. También podemos ver, aunque el río era muy arenosos, que en época de lluvias debe llevar bastante caudal de agua, ya que la maleza y los troncos acumulados en un lado de los árboles deja entrever la furia con que debe correr el agua.

Río abajo volvemos a encontrar elefantes. Ya no nos sorprenden pero la sensación continúa siendo la misma. Escondidos detrás de los árboles observamos a los elefantes como comen, empujan los árboles para romper las ramas, etc… Son manadas enteras de elefantes. En el silencio que nos envuelve, las miradas entre nosotros lo dicen todo.

Nos dirigimos a dormir al camping. Hoy nos sentimos todos deliciosamente bien. El campsite municipal está al lado de un charco y las ranas no paran de croar.

En la tierra de las mujeres rojas

71Tomamos las pistas que nos llevarán a la capital del Norte. Aquí el paisaje empieza a cambiar. La dorada hierba es sustituida por los arbustos de acacia de color marrón, envolviéndolo todo de este color. Llega a ser un poco monótono si no fuera por las subidas y bajadas que conforman la pista.

Nos encontramos en Kaokoveld o Kaokoland (tierra de los himba). Los himba son pastores nómadas (cada vez menos) conocidos por cubrirse la piel y cabello con una mezcla de manteca de vaca y arcilla, para protegerse del sol.
Ya se siente el calor, aunque estamos en invierno. Imaginaos en verano que calor debe hacer.

En medio de este paisaje llegamos a Opuwo, pueblo donde confluyen todas las etnias próximas. Los himba, los herero, los Ovambo (que son los más numerosos en Namibia).

Sólo llegar buscamos un campsite para dormir y poder dejar el coche en un lugar seguro, ya que no nos da buena espina al primer vistazo.

El francés que lleva el camping nos explica un montón de cosas mientras comemos. Nos aconseja no salir con mucho dinero, y sin mochilas a la calle. Nos comenta que desde que han arreglado la pista y han hecho un súper nuevo, este pueblo ya no es el que era, y de rebote las etnias tampoco. Los himba que viven en poblados cercanos al pueblo se dedican todo el día a buscar turistas para dejarse fotografiar a cambio de dinero, e inmediatamente se los gastan en el súper en cerveza. Los Herero hacen lo mismo.

Cuando vamos a dar una vuelta por el pueblo lo podemos comprobar. Está todo sucio de botellas de cerveza tiradas por el suelo y nos da en la nariz que hay más de uno y una que lleva varias copas de más. En fin, una pena.

Nos levantamos decididos a visitar un poblado Himba, por eso, hemos comprado paquetes de sal, de arroz, de café y harina para regalar a las mujeres del poblado que visitemos. Todavía no sabemos cuál, pero si sabemos que cuánto más lejos de Opuwo sea, más auténtico lo encontraremos. Y por fin llegamos al poblado.

Nos reciben muy bien, no hay hombres, sólo mujeres y niños. Como señal de respeto les estrechamos la mano a las mujeres más viejas del poblado. Las encontramos moliendo el grano para poder cocinar las gachas que comerán en el almuerzo. Mientras estamos allí, una de las mujeres no para de remover la olla, para espesar las gachas. La más vieja está finalizando un brazalete de los que se ponen en los tobillos, y cuando lo acaba, nos lo ofrece para vender.

Las niñas nos quieren enseñar la chabola donde viven, así que les acompáñanos dentro. En realidad es una sala diáfana, con pieles en el suelo, donde duermen. Las falditas de piel colgadas de un clavo en la pared de la chabola.

Nos muestran que para estar más guapas, y mientras no se conviertan en mujercitas, se ungen los cabellos que les caen por delante de la cara de ceniza negra. Cuando se hagan mujercitas, ya se untaran con la arcilla y grasa el cabello como todas las demás mujeres.

La visita finaliza con las compras de rigor. Nos cuesta un poco entendernos y por eso debemos escribir en el suelo los valores del regateo. Muy divertido.

Llegamos a la hora de comer a las Epupa Falls. Desde la pista en la cima de la montaña divisamos un oasis de palmeras y verdor que nos sorprende. Nada nos hacía pensar que nos podíamos encontrar una imagen así. Nos acercamos y el estruendo del agua cayendo nos hace darnos cuenta que hemos llegado a las Epupa Falls.

Acampamos justo al lado del río Kunene, a pocos metros de la cascada mayor. Al otro lado del río ya es Angola.

Hace mucho calor, decidimos comer tranquilamente a la sombra de las palmeras y relajarnos un poco en la siesta.

Cansados de tanto relax, paseamos por los alrededores de las cascadas.
Realmente maravilloso. Andamos y andamos por las piedras que envuelven las cascadas. La principal es espectacular, ya que se forma en una resquebradura del lecho del río, creando una cascada estrecha y alta. Pero no hay solo una, sino que el río se divide en muchas cascadas pequeñas, del lado de Angola, donde crecen enormes Baobabs.

Hacía Etosha National Park

Dejamos atrás las cascadas y nos dirigimos a Ruacana, pero antes hacemos parada en otro poblado Himba. Ya no es lo mismo. El regalo que les ofrecemos les parece poco. No parece que les apetezca demasiado enseñarnos el poblado, así que la visita es corta y decepcionante.

Hoy es un día de tránsito. No dejamos de vista el paisaje de color marrón que nos ofrecen los arbustos de acacia.

Llegamos a dormir a Uutapi cuando se pone el sol. Buscamos el campsite, donde, según la guía, hay un enorme Baobab.
Es verdad, todo el campsite envuelve el Baobab. No hay nadie más alojado. El gerente nos comunica que debe marcharse a una boda. Nos da el número de su móvil, cierra la puerta y se va. Si pasara algo, deberíamos llamarlo.

El día de hoy también será de relax, ya que hasta la noche de mañana no tenemos reserva para dormir en Etosha. Hemos leído en la guía que hay un pueblo muy bonito: Tsumeb. Y allá que vamos.

Debemos pasar por la carretera que linda con el Parque Nacional de Etosha. Llegamos a algo que se parece a una aduana. Quedamos petrificados. No se permite cruzar con carne cruda. Y nosotros llevamos el churrasco que pensábamos cenar.

Total, que si queremos cruzar con el churrasco, debemos cocerlo un poco delante de los guardias o tenemos que darles la carne. Pero los Indinimuniets no nos desanimamos y damos media vuelta. Paramos unos Km. atrás para cocinar la carne y comérnosla. Ya empezaba a ser la hora.

Guardamos los huesos para poder demostrar que no volvíamos a pasar la carne escondida. Y nos los pidieron ¡!!!!!!!. Caray, que cosas.

Y llegamos a dormir en una Pensión de Tsumeb. No siempre se debe hacer caso de las guías. En realidad el pueblo no tiene nada de especial. Grandes avenidas bien ajardinadas. Para sacarnos el mal sabor de boca, vamos a cenar al restaurante del mejor hotel del pueblo.

Y si hasta ahora habíamos visto bastantes animales, ahora en el parque seguro que conseguiremos ver hasta los más feroces.

Los campsites del parque abren las puertas a las 6 de la mañana y las cierran a las 6 de la tarde.

Algunas de las normas son: No se puede descender del coche en ningún momento salvo en las zonas indicadas de picnic y WC. No se puede dar de comer a los animales ni molestarlos.

83En fin, tres días de idas y venidas por los caminos del parque, de charca en charca, de foto en foto y sí, al final, conseguimos ver leones.

Por las noches, al lado del campsite, en las charcas iluminadas puedes ver animales que se acercan para beber. En un silencio total, todos los que estábamos allí, detrás de la verja, esperábamos con paciencia o impaciencia poder ver alguno. Y tuvimos suerte, sin mucha espera, vimos un rhino, un elefante, un chacal…..

El rugido del león por la noche es aterrador. Lástima que no se pueda mostrar con fotos

Regreso a la capital

Nos despedimos del Parque Nacional Etosha contentos. Pero tristes a la vez, esto se está acabando. Durante el día de hoy nos dirigimos a la capital para mañana coger el avión de vuelta.

De camino a Windhoek paramos en Otjiwarongo, repostamos gasolina y visitamos el mercado de artesanía, donde hacemos las últimas compras para la familia.

Llegamos a Windhoek al anochecer. Un pequeño problemilla con las habitaciones, nada que no tenga solución y a cenar en un buen restaurante de la capital. El primero que escogemos, según la guía, ya no existe. ¡Qué éxito ¡ Suerte que unos vecinos muy amables, al vernos un poco perdidos nos recomiendan y muestran en el mapa el Restaurant De Luigi. Una cena de primera de pescado, marisco, vino, por cuatro duros.

Esto está llegando a su fin. Todo marcha como a ralentí. Nos levantamos tarde, arreglamos maletas, y nos vamos a visitar la capital, que no tiene nada de especial, excepto una calle peatonal con tiendas y una exposición de meteoritos en plena calle.

No queremos que esto se acabe. Nuestra experiencia nos dice que los viajes se recuerdan y se saborean mejor a medida que van pasando los días y vas recordando, ahora esto, luego aquello, el compañero que te hace recordar algo que habías olvidado, y los momentos en las reuniones de amigos donde explicas todo lo que vas vivido con la sensación de que todavía estás allí.

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