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Crónicas
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Crónica de Laia Pujantell

Ya hace algunos días que terminó nuestra aventura, pero recuerdo perfectamente cada instante, cada olor, cada sensación… El cielo rojo del desierto bajo la tormenta de arena, la inmensidad y el silencio en medio del Iriki, las palabras de agradecimiento de los niños descalzos corriendo hacia los coches, los colores en las tiendas, los olores de Marrakech… todo. Los mil encantos de un país y sus gentes que me han hechizado, y que he tenido la oportunidad de conocer junto con una gente magnifica que ahora engrosa mi lista de amistades…

 

Algeciras, sábado 31 de marzo del 2007… el nerviosismo se notaba en el ambiente…
Fue entonces cuando tuvimos la primera toma de contacto con el resto de los compañeros y mientras esperábamos terminar con las gestiones aduaneras en Tánger, por la emisora sonaban repetidamente los nombres de José y Pili. Eso fue todo lo que copiaríamos esos días ya que antes de ponernos en marcha se nos quemó la emisora… a pesar de estar incomunicados y en un país desconocido, superamos nuestros primeros 300 kilómetros en tierra marroquí hasta llegar a Meknes.

Descansamos bien esa noche, aunque más de uno prefirió probar el sabor de la cerveza local. Por la mañana temprano partimos por carretera hacia Erfoud. Pudimos contemplar preciosos paisajes y vimos el Atlas cubierto de nieve, levantándose majestuoso en la lejanía. Cruzamos un bosque de cedros, donde paramos para tomar unas fotografías en una colonia de monos y atravesamos la impresionante garganta del río Ziz. También tuvimos tiempo para una parada en Midelt, uno de los núcleos urbanos con mayor tradición en recolección y venta de fósiles y minerales. Antes de llegar a la Kasbah Le Touareg, en Merzouga, nos sorprendió una tormenta de arena. A pesar de que la mayoría de los ruteros nunca habían conducido en dunas, la poca visibilidad que el cielo rojo ofrecía y la arena furiosa golpeando por todas partes, salimos de allí sin tener que palear demasiado. Esa noche en la Kasbah nos deleitaron con música y baile tradicional autóctono, mientras saboreábamos tajín de pollo y de postre, deliciosas naranjas marroquíes.

El tercer día lo pasamos en el mar de arena más grande de Marruecos: Erg Chebbi, donde nuestros pilotos recibieron unas buenas lecciones de conducción por parte de Ali. Con la experiencia del día anterior y las ruedas bien deshinchadas, los coches no se empanzaron, pero casi todos acabaron atascados en algún momento y tuvimos que palear y empujar para poder llegar al Oasis escondido, donde tomamos un refresco. Esa tarde intentamos subir la duna más alta de Marruecos. La Navara fue el único coche que consiguió cumplir tal reto, y sin ayuda alguna!

La cuarta fue una etapa clásica del rally Paris Dakar. Recorrimos unos 250 kilómetros de pista prohibida rozando la frontera con Argelia, aunque algunos osaron cruzarla al perseguir, zapato-zapato, una nube de polvo procedente de unos coches que no pertenecían al grupo! En medio de ese paisaje lunar, donde no había más que piedras y arena, nos sorprendieron, decenas de niños que se balanceaban hacia los coches, pidiéndonos un poco de agua o un ‘stylo’.
Una rueda pinchada nos hizo parar unos minutos, y aprovechamos para brindar con una botella de cava a la sombra de algunas acacias antes de llegar a Zagora. Una vez en el pueblo, algunos de nuestros autos tuvieron que pasar por el taller de Mohamet el Gordito, y para nosotros era también una nueva esperanza de poder disfrutar de emisora lo que quedaba de viaje.
Al día siguiente la comitiva partió hacia el Lago Iriki, declarado Parque Nacional. Algunos elegimos quedarnos a descansar y dar un paseo por el mercado de Zagora.
Fue una jornada en la que mientras unos disfrutaban de la inmensidad y sequedad del Iriki, otros pudimos degustar un té a la menta entre el bullicio del mercado, de las tiendas, de la gente, de los olores, de las prisas…
El grupo se reencontró por la tarde, intercambiamos las experiencias del día y compartimos risas tomando una cerveza en la terraza del hotel.

Nuestra sexta etapa se presentaba dura, más de 300 kilómetros de carretera hasta llegar a Ouarzazate, pero los impresionantes paisajes que vimos la hicieron muy llevadera. Tuvimos la oportunidad de ver y tocar algunos de los reptiles salvajes que habitan esas montañas, vimos parte de los palmerales mas grandes de Marruecos, incluso algunos compañeros hicieron una visita cultural al recinto de unos estudios cinematográficos. También visitamos Aït-Ben-Haddou, lugar mítico y declarado por la UNESCO Patrimonio Mundial de la Humanidad.
Una vez llegados a Ouarzazate, mientras algunos gozaban de un buen hammam en el hotel, el incansable Pujan por fin encontró los diodos que nos podrían llevar a tener emisora. Ni los diodos, ni los fusibles ni el soldador de viaje sirvieron, la emisora estaba quemada y era inútil seguir intentando hacerla funcionar.

Es bien cierto que la vida del turista es dura y es que iniciamos la Ruta de las 1000 Kasbahs cuando el sol todavía dormía. Nuestros coches desfilaron por los caminos de piedra estrechos, entre barrancos y pueblos camuflados en las laderas de las montañas. De nuevo, los niños aparecían por todas partes y usaban todo su ingenio para conseguir que les diésemos algún regalo. Horas mas tarde llegamos a Marrakech.
Tuvimos la tarde libre, para descansar, regatear para adquirir algunos productos, pasear por la capital imperial marroquí… Sobrevivimos en Djemaa el-Fna, donde se puede ver desde encantadores de serpientes a músicos, pasando por bailarines, acróbatas, malabaristas, pitonisas, tatuadoras de henna, arranca-muelas…todo bajo una nube de humo procedente de los puestos de comida que ofrecen una gran variedad de pinchos morunos. Sin duda, uno de los mayores espectáculos del mundo. No podía ser de otra forma, esa noche algunos nos dejamos seducir por los encantos de la noche marroquí…

Teníamos que llegar a una de las ciudades mas al norte del país, así que cogimos la carretera pronto. Para algunos fue una sorpresa muy grata poder ver el mar y pisar la arena de la playa, y para otros lo fue aun más poder disfrutar de una sabrosísima comida a base de pescado y marisco.
Una vez llegados a Tánger, el cansancio de tantos días y noches de intensas experiencias en el país magrebí, contribuyeron a que no quisiéramos salir del hotel a pesar de que ésa iba ser nuestra última noche juntos…

Durante el desayuno había tristeza en nuestras miradas y ya empezábamos a titubear palabras de despedida. Fue esperando los trámites correspondientes en el puerto, cuando tuvimos conciencia de que ya no veríamos a esa gente con la que habíamos compartido 9 días tan intensos, gente tan diferente y peculiar: el típico guapo, la típica guapa, el gracioso, la borde, la simpática, el callado y la que no calla, la cursi y el macarra, el triturador, la barbie, el barbas, los que no sueltan la cámara, los que chupan cámara, el que se sube demasiado los pantalones, a los que se les caen, los fieles a sus principios, los nuevos-ricos caprichosos, el plasta, el gay, los que proceden de tu ciudad natal, los que viajan con niños, los que no habían viajando nunca, los que repiten, el mecánico, la gafe, el guía de ojos verdes y 1’90m, fibroso, simpático y adorable…
En definitiva una gente con la que ahora tengo en común algo muy especial: un viaje, un sueño hecho realidad.

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