Crónica apresurada.
Balkan Raid.

25Tras semanas de impaciente espera iniciamos el Balkan Raid, que no comienza en Venecia, sino en Madrid, Valencia o Barcelona, según el origen de cada quién. Los casi dos mil kilómetros iniciales se hacen cortos, llegamos al punto de encuentro- Venecia- con las expectativas intactas, dispuestos a descubrir las transformaciones de ese mundo terrible, que nos asaltaba a la hora de los telediarios hace años, cuando todo era violencia y desolación. La ex Yugoslavia.

Un corto paseo por la ciudad más húmeda del planeta (salvo la Atlántida, si es que existe), nos permite “tocar” en vivo los palazzos venecianos, pasear sus calles y plazas, sentirse un guiri más en los vaporettos y góndolas. Una experiencia gratificante, adquirimos el compromiso de volver.

Adentrarse en Eslovenia es como pisar territorio suizo, austriaco o escandinavo. La limpieza, el variado colorido de sus construcciones de madera y el verde lujurioso de sus paisajes, semejan los de cualquiera de estos países. Todo parece recién estrenado, sus carreteras, el parque automovilista (nuevos y de marcas de gama media-alta), hasta sus ciudadanos parecen jóvenes y hechos a mano, en especial las damas. ¡Por Dios, cuanta belleza!
En nuestro paseo nocturno por Ljubljana, observamos el equivalente a nuestras zonas de copas,donde una juventud moderadamente alegre- son economicistas en sus emociones-, sentada en terrazas, en los bordillos, o en el suelo, hablan en voz baja, con una música ambiente que, no sólo no molesta sino que agrada escucharla, que invita a bailar y, al tiempo, permite conversar apaciblemente… nada que ver con el ruido de nuestras ciudades, con la escandalera de nuestros jóvenes.

14Un denominador común en este Balkan Raid, es la belleza del paisaje. Otro es el calor de fragua, en especial junto a la ribera del Adriático. Los mini países por los que nos movemos nos sorprenden con zonas boscosas donde la gama de verdes parece infinita. Lagos y ríos aparecen en cada curva de la carretera, estrechas y poco cuidadas. Montañas impresionantes y pasos o cañones que recuerdan al del Colorado, con su Río Bravo. Suaves laderas cubiertas de un verdor que llega hasta el borde del Adriático, el “Mar sauna”, invitan a deslizarse sobre ellas como en un tobogán de verdor fresco y oloroso.

En cada ciudad, en cada pueblo, casi en cada aldea, asoma por encima de los tejados la cruz de una iglesia o la puntiaguda aguja de un minarete, recién construido o recién pintado. La religión está tan presente que agobia su presencia. Contrasta el buen aspecto de los templos con las ruinas en las que muchas familias viven a la espera de reparar, poco a poco, los destrozos de la guerra más cruenta, posiblemente, del último medio siglo. Los destrozos “selectivos” son evidentes, edificios intactos conviven con las ruinas del vecino. Los muros muestran las cicatrices de granadas y disparos como una exposición involuntaria y permanente del recuerdo.

En apariencia la gente vive y convive con normalidad, aunque es difícil imaginar que las barbaridades perpetradas por unos y otros se olviden, más de mil años de enfrentamientos son el sedimento de estos pequeños países que han dado lugar a un adjetivo inquietante: Balkanización.

Pero somos turistas y hemos de fijarnos en la belleza de la naturaleza, en la amabilidad de los ciudadanos bosnios, en la famosa Mostar con su puente reconstruido y la vida nocturna en torno al río. Paseamos ambas orillas y el ambiente es muy similar: tranquilidad, música en niveles tolerables y muchos jóvenes divirtiéndose en paz. Los restaurantes colgados sobre el río no son los mejores, aunque gocen de vistas excelentes. Para comer bien hay que quedarse más al interior o preguntar a Jordi, directamente. Cenamos como reyes en la calle estrecha, por la que circula la única brisa de la ciudad y seguramente del país. ¡Qué calor!

15Los hoteles, como dice Tobeñas, son “correctos”. Vale, así los queremos siempre, correctos, de las mil y una noches, aunque sin Sherezades cuanta cuentos. Que comedido es este Jordi en sus descripciones, incluso cuando nos previene- en broma o en serio- sobre las zonas minadas por las que cruzaremos, uno tiende a no creerle. Pero los carteles están ahí, en las praderas, clavados en los árboles que nos dan sombra a la hora de comer, a los costados de las estrechas sendas por las que el morro del Toyota se abre paso con dificultad. Bien cierto es que ninguna explotó. ¿Tuvimos suerte, o la “organización” las había limpiado?

Fue un viaje espectacular, asfalto, mucho monte casi virgen, y trialeras por las que bajamos en primera-reductora, frenando y con los dientes apretados, confiando en que las indicaciones del compañero que nos dirigía, pie a tierra, fuesen correctas, como los hoteles de Jordi, por lo menos.

Conocimos a los adunaros (Carinas-aduanas), poco tienen que envidiar a los tunecinos o marroquíes en cuanto a la lentitud de su inexplicable gestión. Sus modos son autoritarios y conminatorios, en especial en Montenegro, Croacia y Albania (en esta última las gasolineras no admiten la Visa). Hasta dos horas esperamos en algunos casos para ponernos un cuño, o cobrar un impuesto arbitrario y sin recibo. Hábitos del pasado, seguramente.

La zona Serbio-Bosnia nos obsequió con toda la cartelería informativa- hasta el nombre de las poblaciones- en perfecto cirílico. Que no tengo nada en contra de su pasión por todo lo ruso, pero hasta los países del Magreb tienen la delicadeza de poner los nombres de población y direcciones en las carreteras principales en cristiano. Que podían tomar ejemplo, creo yo, si quieren visitantes.

16Dubrovnik, la ciudad Estado, merece una visita sin prisas. Sus murallas en verdad son inexpugnables, sus edificios nos remontan a una época gloriosa de la ciudad, muchos siglos atrás. Calor, mucho calor. Comemos divinamente en la calle alta, a la sombra, con su poquito de brisa. Tras patear toda la ciudad antigua fuimos a parar, como no, al restaurante recomendado por Jordi. El camarero, exquisito en el trato y magnífico anfitrión, negoció por nosotros el alquiler de un barquito para rodear la bahía y ver la ciudad desde el mar: fue un acierto. Miles de fotos lo atestiguan.

Un viaje extraordinario por una zona con cierto morbo para los que no la conocíamos en vivo, también el reencuentro con amigos y conocidos de otras salidas, y una prolongada convivencia que, generalmente, muestra lo mejor de cada uno. Esas paradas para comer en mitad de los prados verdes, a la sombra de los ¿abetos?, ¿arces? o ¿seqoias? (que no aprobé botánica hasta el tercer intento), fueron una gozada y forman parte de los mejores recuerdos. En algunas zonas de monte observamos una curiosa mezcla: densas pinadas con altos cipreses intercalados, lo que nos recuerda al Líbano, el país de los cedros.

Tras la comida (los bocatas, la cervecita helada, o el cava de alguno más organizado), sin olvidar el postre, ese aguardiente de cerezas que algunos ya van conociendo, nos invade aquella sensación de placentero bienestar, la conversación, el resopón sin prisas... Da pereza recoger.

Conocimos más de Eduard, el artista silencioso, que nos mostró con recato algo de su obra y nos habló con mesura de su pasión por las artes plásticas. Usamos del conocimiento, y del almacén casi inagotable de Marta, la médica. Fuimos testigos de alguna intervención salvadora del mecánico de Territori. Observamos el incansable ir y venir de Albert con su Toyotón azul- llamado “Desorganización”, él sabrá por qué- abriendo pasos y negociando con los tozudos propietarios de los caminos que nos negaban el acceso; y su sentido del humor “negro”, como cuando nos anunció con voz pastosa en el puerto: “Tres coches no tienen plaza en el barco, se siente”. Se lo perdonamos al instante, y no le comentamos- para no inquietarle- lo cerca que estuvo de ser arrojado al mar con un ancla atada a los pies.

No había hecho viajes tan prolongados con Territori y tengo que reconocer que la “organización”- y las personas que la integran- estuvieron siempre a la altura, como no podía ser de otra manera. La documentación histórica todo un acierto (salvo en la entrega, debería hacerse un par de semanas antes). Eso sí, sigo sin camisa oficial.
Impresionantes las montañas negras de Montenegro, como aquel cañón inmenso, inalcanzable. Impresionantes las ruinas ¡fusiladas! de Sarajevo. Toda la estación que albergó los Juegos Olímpicos, volada, destruida… Pero la subida, y la bajada, merecieron la pena.

Las cuevas de Postojnska Jama y el Parque Nacional de Plitvice nos dejan anonadados- por sus dimensiones y la increíble belleza que guardan- tanto las cuevas como el parque, con sus mil cascadas y lagos de aguas de una increíble transparencia. Una constante de todo el viaje es la belleza del paisaje, la transparencia de su atmósfera y la densa vegetación que cubre las montañas hasta el mismo borde del Mar, o de sus innumerables lagos, grandes como mares. Que somos los primeros españoles en cruzar Albania Off Road Xtreme, nos informa Albert. Vale, pues al curriculum

¿Qué conducen como locos todos los balkánicos? Es posible pero, nadie hace sonar el claxon, nadie fuerza un accidente, ceden el paso al jeta que adelanta donde y como no debe. Son… correctos.

Sepbre-2009. Scila & Clara

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